domingo, 11 de mayo de 2008

De viaje por Chaitén

La mochila estaba llena y no entraba nada más: el saco de dormir abajo, arriba unos zapatos de trekking, ropa, luego la cocinilla, los tubos de gas, la olla, platos, utensilios, mucha comida en sachet y los útiles de aseo.

Desde Quellón (43°07’S, 73°37’O), en la isla de Chiloé abordamos un barco de pasajeros, cruzando a través del mar interior de la isla grande, protegidos del flujo de los vientos del oeste: la navegación aquí es muy sencilla. El paisaje espectacular, el día soleado y los contrastes entre una isla y las otras son espectaculares. En cada una es posible ver huellas vigentes de la cultura chilota. El mar calmo se cubre de una neblina eterna y cuando se disipa comienza a verse el destino cercano: la ciudad de Chaitén (42°55’S, 72°42’O).

Chaitén descansa sobre una plataforma a los pies de los relieves montañosos de la cordillera de los Andes. El aspecto es imponente, un gigantesco muro verde tras ella. Este paisaje del sur de Chile, afectado por el modelado glacial durante el Cuaternario, condiciona la localización de la población, la que se asienta en las partes bajas de los estuarios y fiordos, en los escasos espacios planos que existen y que logran ser transformados para la ganadería y la instalación de viviendas. En la cordillera, las cumbres más altas se aprecian claramente a la distancia, los volcanes Corcovado, Michinmahuida (42° 48’S, 72°27’O), de cimas nevadas sobresalen visiblemente en el paisaje. Otros como el Chaitén (42°50’S, 72°39’O), a sólo 10 km de la ciudad, se pierden en el verdor de las vertientes arborizadas de este lugar.

El alojamiento fue un problema, los lugares para mochileros con todas las ganas de encontrarse con la naturaleza y vivir “al aire libre”, con sólo un techo de lona como abrigo, no existen… Se debió recurrir entonces a las reservas monetarias…aquellas que dejas para las próximas semanas para acceder a un lugar seguro.

Casualmente encontramos un buen hotel. El dueño, muy preocupado de ese empresario que compra y compra tierras por esos lares, tenía su propia teoría: “lo que pasa es que él sabe donde están los yacimientos de uranio…”

Con la planta baja en construcción, nos permitió ocupar una de las habitaciones. El único problema es que no tenía puertas, ventanas, tampoco camas y el piso aún era de un frío y duro cemento. Como pudimos, logramos levantar la carpa, amarrarla con unos viejos y roídos cordeles que encontramos en el patio y pensar cómo serían esas noches con sólo el saco de dormir como colchón.

Al final de 6 días logramos hacernos amigos de los vecinos de la otra habitación, recorrer los alrededores, asistir a los recitales y fiestas de la semana chaitenina, reducir el peso de las mochilas, y una cita con el médico en Santiago, que nos recetó una terapia de calor, masajes e ibuprofeno.
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1 comentario:

q u i n o ƒ ƒ dijo...

Saludos Herman! Ahora nos enteramos de tu veta narrativa. Sigue, sigue, que además tienes la suerte de un trabajo que te da motivos para escribir. Estas crónicas se podrán mejores cuando le toque a Rusia. Por favor, lleva cámara! Y si tienes fotos del sur, bienvenidas sean.

Grandes saludos!

J.-